El lunes me llamó una amiga a la que hacía un año que no veía. Me dijo que si podíamos quedar el viernes, que le apetecía verme, que hacía mucho que no quedábamos y eso. Y yo, ilusa de mi, acepté.
Cuando llegué al sitio donde habíamos quedado estuve media hora de reloj esperando hasta que ella apareció. Que resulta que se había equivocado de hora.
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